*Texto tomado del capítulo piloto.
 

“Quillo” era un hincha furibundo y un ciudadano sedentario; implacable cuando cuestionaba la disciplina de un jugador y extremadamente flexible sobre sus propios hábitos alimenticios.

Nada de lo que se ponía le quedaba a la medida. Sus trajes siempre se pasaban de grandes, hasta dos tallas por encima de lo justo.

Había decidido que las corbatas le colgaran muy por encima del pantalón, para emular a Zidane. Nadie le hizo el favor de contradecirlo, aunque algunos sí se animaron a llamarlo “Zizou”, no por la corbata sino por su alopecia concentrada en la coronilla, como la tonsura de un monje. A sus 37 años, “Quillo” parecía de 50.

Era un madridista consumado. Es decir, era un madridista común y corriente. Estaba convencido hasta el fanatismo de la mentada “unidad española” y creía con fascinación en la importancia de la Corona. Repetía como un soldado todos los mensajes y consabidos conceptos de quienes se encontraban en su misma orilla: “identidad plural”, “construir sobre la diversidad”, “recomponer, en vez de fracturar”, “historia compartida y destino común”.

Fácilmente se podía comprender la profunda emoción que sentía “Quillo” por lo que ocurriría tan pronto Villar colgara el teléfono. Iban a hablar, y no de cualquier tema, sino de cómo podrían influir en la “confección” de la plantilla de la Selección de fútbol, de tal manera que allí estuviera representado el país; para invitar a la concordia y no al separatismo; para hacer del Mundial del próximo año una plataforma de hermandad entre todas las comunidades; para que más catalanes se sintieran orgullosos de ser españoles. Casi se sentía como un héroe anónimo haciendo historia.