*Texto tomado del capítulo piloto.
 

[…] Estaba vestida y arreglada con lo estrictamente necesario; con aquello que consideraba apenas justo para sobrellevar mejor los primeros años de la vejez: lentes bifocales livianos, zapatos cómodos de suela plana y un jersey de lana para los días siempre fríos de la tercera edad.Alba había desterrado las alhajas de su cuerpo. Ni siquiera usaba aretes. También había renunciado al maquillaje; así se podía detallar su rostro sexagenario, cuarteado con arrugas, como si se tratara de televisión en alta definición. Para adornarse le bastaba esa blanquísima cabellera que peinaba de medio lado.

La motivaba el exceso de practicidad, no la falta de vanidad. Prueba de ello es que mantenía un recato: usaba siempre pantalones oscuros para disimular su cadera regordeta y el grosor de las piernas.

—Buenas noches, señora —dijo Florentino.

La mujer hizo un gesto para que la siguiera. Florentino entró y dudó antes de continuar, hasta comprender que él mismo debía cerrar la puerta. Se sentó en un sofá. Doña Alba, sin decirle nada pero sonriendo de nuevo, se retiró de la sala.