*Texto tomado del capítulo piloto.
 

[…] La anfitriona avisó con su pesado taconeo que se aproximaba a la sala. La figura robusta e imponente de Manuela Aguirre Erazo apareció desde el corredor, caminando con el tronco inclinado hacia adelante como si cortara el aire con el pecho, igual que un barco avanza mientras rompe el agua con la proa.

Además de su notable estatura —un metro con setenta centímetros—, ponía en práctica dos viejos trucos que aprendió de expertos en imagen, y de los que se terminó convenciendo cuando le dijeron que Margaret Thatcher había acudido a los mismos artificios.

Por un lado, usaba zapatos de tacón medio, en apariencia irrelevantes pero en efecto decisivos para ganar entre cuatro y seis centímetros de altura. De otra parte, su pelo corto a los lados y voluminoso arriba le sumaba otros cuatro centímetros de grandeza. Las artimañas cumplían con el propósito: la Mánager se veía gigante.

A Florentino siempre le pareció que la colombiana tenía un aire a Dilma Rousseff, por su contextura, claro, pero también por sus ademanes de mujer poderosa.

—Manuela —dijo él, poniéndose de pie—, te veo muy elegante para una noche de domingo. Pude haber venido de traje.

La Mánager extendió su mano. Tensó sutilmente el brazo para prevenir que Florentino se acercara más y así evitar dos besos en sus mejillas […].

Conocerla no empezaba a ser de su agrado. La Mánager distaba de aquel estereotipo colombiano de gente cálida y afectuosa.